En el año 1997 nació nuestra hija en verano. En el mes de octubre, antes que cayera la nieve, decidimos ir a visitar un sitio cerca al mar desde la ciudad de Kitami (Hokkaido), donde vivíamos. El uso de navegador en los autos todavía no era muy extendido.
Mi esposa, quien hacía de copiloto, encontró en el mapa una ruta por la mitad de la montaña que nos ahorraría algunos minutos para llegar a nuestro destino. Y tomamos ese camino oscuro debido a la sombra que proyectaban los árboles. Me pregunté mentalmente,
-¿Cómo hacer en caso otro vehículo venga en la dirección contraria? No hay espacio para dos autos…
Mientras pensaba eso, nuestra hija comenzó a llorar y entendimos que estaba indispuesta y había que cambiar los pañales. Detuvimos el auto para hacer el cambio necesario, labor que nos tomó cinco minutos. Mi esposa me entregó el pañal «usado» mientras arreglaba las cosas para reiniciar el viaje.
Un minuto más tarde mi esposa me pregunta,
-¿Dónde está el pañal?
-Ví que era biodegradable y lo dejé junto a un árbol para que se recicle naturalmente…
-No. No podemos hacer eso. Tenemos que regresar a recogerlo.
Mi genio cambió de amable a molesto. No tenía la destreza necesaria para conducir en retro sin arriesgar la vida de toda la familia, de modo que paré el auto y fuí caminando a recoger el pañal. Tenía miedo de encontrarme con algún oso, algo probable en estos sitios. Cuando vi el árbol, las hormigas ya habían descubierto el pañal biodegradable y estaban haciendo la danza de la fortuna. Habían invitado a todas las vecinas en cuestión de segundos. Había muchas hormigas.
Recogí el pañal, sacudí un par de veces pero no todas las hormigas cayeron. Hubo algunas obstinadas que seguían junto a su trofeo. Pero un conductor enfadado no piensa en los «derechos humanos» de los insectos y puso el pañal en una funda plástica para llevar de regreso a casa. Algunas hormigas se sacrificaron por un pañal. Que conste que les advertí verbalmente.
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Kitami, octubre de 1997. Foto © 2024 countryliving.com.